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viernes, 30 de septiembre de 2011

EL CHASQUI

De CATAMARCA a SAN NICOLÁS:  La Posta Benítez.
La autora tomó datos de diversas crónicas, condiciones que debían tener por ser chasqui:

  1. Resistencia
  2. Mente despejada
  3. fidelidad
  4. Confianza y reserva
atributos del chasqui criollo
.
Más el amor, hizo cambiar los rumbos sumado a su honradez, Salvador Peldaño, el chasqui más ligero y cronométrico de la Patria. Conocía su caballo como a la tierra que galopaba de bando a bando ¡Como a la palma de su mano!  Dejaba sus huellas con tanta destreza que luego le servían como señales en su camino.  Era baqueano y rastreador, solía transportar a parte de la correspondencia común, grandes secretos, escritos en pliegos bien enrollados y lacrados de estado.  A veces dinero, sumas considerables del mismo.  Dada su fidedigna memoria, el verdadero secreto lo llevaba grabado en su mente, lo cual  aunque fuese capturado o detenido, nunca podían enterarse de lo realmente cierto.
Tenía ya sus guaridas para cubrirse del mal tiempo o destreza para saltar las quemazones.  Era por aquel entonces mensajero del gobierno patrio, transportaba cuanto le ordenaban desde el norte a Buenos Aires y viceversa. 
En una de las postas del camino desde Catamarca a San Nicolás, llamada la Posta Benítez,vivían y cuidaban las cosas de la Patria, la familia allí radicada.  El padre era el puestero, la madre y sus tres hijos ayudaban en todo.
Lisandro el mayor, Eleuterio el del medio, Cristina la menor de quince años prendada del hombre de sus sueños, Salvador Peladaño, quién a su vez la amaba entrañablemente.
Apenas podían verse y  hablar ¡eso sí! siempre había un lugar para un beso a huertadillas.  Entre el apuro por partir y la ocupación de la muchacha, por atender a los parroquianos junto a sus hermanos; servían el comedor de la posta. 
Salvador, jamás tenía tiempo para platicar con su novia, siempre debía  de cumplir horario, que salir a tal hora, que volver a tal hora y llegar a otra.  Aveces se quedaba a comer, descansaba algo y partía nuevamente, llevándose el deseo de una caricia o un beso.
Cuando aconteció lo que voy a narrar, Peldaño se encontraba al servicio del General Urquiza.  Viajaba de Catamarca a San Nicolás, para entregar un mensaje muy importante. 
Como jamás lo hiciera, se detuvo en el camino para que su caballo descansara y bebiera agua del río.  Hacía mucho calor  y no quería que se enfermara de insolación.
Sentado estaba en la orilla bajo un árbol, meditando sobre su vida, pensando en su trabajo, en él, tan solitario y arriesgado.
Sobre todo en su novia, a quién veía poco y amaba mucho, solía traerle ropa y regalos de la ciudad.
Jamás podían hablar, besarse, estar un buen rato juntos, siempre la obligación moral y económica, a pesar de todo juntaban dinero para casarse.
El sueño de ella era vivir en la ciudad.
De pronto levantó la vista, en dirección al río que corría veloz y sereno, sin que nada, ni nadie perturbara su ritmo.  ¡Para Salvador el río era felíz!
Un objeto que venía flotando, arrastrado por la correntada rápidamente, le llamó la atención.
El cauce pedregoso, tenía saliente rocosas en su camino, en una de esas puntas quedó encajado.
Salvador se arremangó las bombachas y sacándose las botas, para adentrarse al río, la turbulencia fuerte por momentos le ocacionaban dificultades.
Por fin llegó, se acercó aún más y alcanzó a distinguir algo como una caja tal vez de madera o hierro, de color verde y herméticamente cerrada.
La levantó como pudo, con mucho esfuerzo, pues pesaba bastante, de forma que el camino de regreso por el río se hizo más complicado que antes.
Es audaz y consiguió la costa; como el tiempo apremiaba y se le hacía la noche, no la abrió.
La sujetó con piolas que llevaba dentro de la alforja, al costado de la bestia, en el otro extremo la del correo.
Emprendió la marcha hacia la posta de Benítez.
Como nunca lo hiciera, esa noche se quedó a cenar y a dormir, por lo que su novia bailoteaba de contenta.
¿Qué vas a hacer con esa caja? preguntó Lisandro.
¡Ahorita la traigo y vemos que hay adentro!
Abríla, ordenó Eleuterio muerto de curiosidad.
La caja fue abierta y grande la sorpresa de todos; cuando vieron brillar dentro de ella objetos que enceguecían la vista.
Lo más notable es que no habían recibido ni una gota de agua.
Salvador comenzó a levantar las y sacarlas fuera de la caja, un copón de oro, con incrustaciones de plata, una corona de la Virgen, hechas por los incas del Alto Perú, con piedras preciosas y perlas de cultivo; fuentecillas paras las hostias labradas en oro, copas de vino del mismo material.
Además collares, brazaletes, anillos, airetes, coronas diademas, broches de la más alta calidad y exquisita orfebrería, macizos y filigranados.
Esmeraldas, rubíes, amatistas, topacios, diamantes y brillantes, todo proveniente del inca.
¡Qué es esto! dijo la madre alarmada.
No temas mujer son joyas valiosísimas, tal vez robadas de la catedral de Catamarca.
¿Pero porqué en el agua? comentó Salvador.
Puede ser porque al verse descubiertos y perseguidos los ladrones, la arrojaron al río.
Tal vez también puede ser, que alguien la esperaba un tramo más adelante, para sacar la caja del agua; pero tú enviado por Dios, la viste primero.
Pero era riesgoso arrojarla dijo Eleuterio.
Nunca pensaron que en esos parajes desolados donde solo pasan las carreta y diligencias, cada tanto y de largo hasta la posta; alguien la viera.
Te has salvado Peldaño de la muerte.
Me salvó la virgen don...
A mi me parece que pertenecen a la madre de Catamarca.
¡Yo que dije! respondió Peldaño.
Ahora podemos ir lejos y venderlos ser ricos y casarnos, total la virgen es de yeso y no las necesita.
Salvador miró duro a Cristina y respondió ¡Esto va a devolverse a la catedral!
Me parece lo más justo agregó Peldaño.
Yo estoy con mi hermana, corajeó Lisandro.  Pensando que si recibía algo, se iba a la ciudad.
En cambio Eleuterio tomó las manos de Salvador entre las suyas y las apretó en común acuerdo.
Su novia, al ver frustrado su deseo largamente acariciado, amenazó a Salvador.
O nos casamos, porque tú no las robaste, la encontraste, podemos venderlas pasando la frontera.
Oh, yo, no, soy más ¡tu novia!
El tomó la caja, por toda respuesta, la ató al caballo y diciendo hasta siempre, fustigó a la bestia y salió al galope.
Nunca más lo vió, ni volvió a la posta.
Dejó de ser chasqui, la iglesia lo recompensó con una fuerte suma de dinero, que le permitió quedarse en la ciudad de Catamarca, puso una santería a instancias de los curas.
Cristina, lloró la codicia y su falta de fé en el hombre que amaba.
Quedó soltera, perdida en las montañas desoladas del camino, su padre había muerto y sus hermanos partieron con distintos rumbos a urbes más pobladas.
Quedó con su madre, siempre atendiendo la posta.
El nuevo chasqui, era un hombre mayor y abuelo y se llamaba Jordán Leiva.
Por él se enteró que Salvador se había casado con su hija mayor y no regresaría más.
Siempre a la vera del camino, esperaba inútilmente al amado y su perdón.
Pero este no volvió.
Se había casado con Rosa María Leiva, la hija mayor de Jordán el nuevo chasqui.
Tuvo con ella dos hijos.

Nota:  Si Cristina fue codiciosa, el no lo fue menos.
Pues le pareció mucho dinero para gastarlo con una postera.
Decidió hacerlo con una joven de la ciudad y afincarse en ella.